Será mejor hablar desde el primer momento del final de la película MELANCOLÍA, de Lars von Trier. Todo el mundo muere. No solo los invitados a la maravillosa boda que se celebra al principio de la película en un castillo de lo más romántico rodeado por un campo de golf. Y no solo la vida en la Tierra. En el mundo que evoca el realizador danés, estamos solos en el universo. El abrazo cósmico de nuestro planeta con uno diez veces mayor, MELANCOLÍA, marca el final de la vida tal como la conocemos.

No puede haber un fin más drástico. Según dice von Trier, con ese humor tan típico suyo: “En cierto modo, la película tiene un final feliz”.

Voy a ver al director en su despacho-salón en la Ciudad del Cine de Avedore, cerca de Copenhague, un soleado día de primavera, cuando todo renace y reverdece, y no es una coincidencia que empecemos por el final. De hecho, el final ya estaba decidido cuando empezó a desarrollar la idea de MELANCOLÍA, y supo inmediatamente que el público debía saber este final muy al principio.

“Pasa lo mismo en Titanic”, dice, mientras se coloca en su posición favorita de “entrevistado”: reclinado en unos cojines verdes, con los brazos detrás de la cabeza. “Cuando embarcan, ya se sabe que va a ocurrir algo con un iceberg gigante. En mi opinión, pasa en la mayoría de películas”.

El germen de Melancolía
Seguimos a dos hermanas hasta el amargo final. Justine, interpretada por Kirsten Dunst, es una melancólica por la gracia de Dios a la que le cuesta encontrar un lugar en el mundo y cumplir con todos los rituales vacíos, que se siente más cómoda cuando se acerca el fin del mundo. Su hermana mayor, Claire, a la que da vida Charlotte Gainsbourg, disfruta del mundo y le cuesta despedirse de la vida.

“Creo que Justine es como yo. Está basada en mí y en mis experiencias con las profecías del día del juicio final y con la depresión. Pero Claire es una persona… normal”, dice Lars von Trier, riendo, al que ha perseguido la ansiedad durante toda su vida y que cada vez que oía un avión cuando era niño estaba convencido de que había empezado la III Guerra Mundial.

La primera vez que fui a ver a Lars von Trier para el libro, estaba buscando una idea para su siguiente película. Visitaba museos y escuchaba música para inspirarse; dejaba caer ideas y trozos de trama que he redescubierto en la película. Pero el objetivo principal no era la película, sino su bienestar personal.

Su trabajo consistía en paseos programados y horas de oficina con la idea de salir progresivamente de la depresión que se había apoderado de él unos años antes. Lars von Trier es un melancólico de nacimiento. En las épocas que no rueda, y podría disfrutar, cae en picado. Se siente mucho mejor cuando hay pánico a bordo y todo depende de él: el equipo técnico, los actores, los inversores, los diálogos y la trama. Sin mencionar el idioma cinematográfico en sí, al que hay que infundir unos cuantos neologismos mientras busca una forma de pisar los pies de la cultura, la política o la ética.

“Mi psicoanalista me dijo que normalmente los melancólicos son más sensatos que la gente normal cuando se encuentran en una situación desastrosa, en parte porque pueden decir: ‘Ya te lo había dicho’”. Se ríe antes de seguir. “Y también porque no tienen nada que perder”.

Rozando el plástico
Durante el año en que entrevisté al director, su humor mejoraba a medida que avanzaba el guión. Hoy, tumbado en el sofá, con una sudadera negra con capucha de la que sobresale una barba gris, incluso parece alegre.
“Me he divertido más rodando esta película, pero es verdad que pasaba por un mal momento cuando rodé Anticristo”, dice.

En MELANCOLÍA se enfrenta a la idea de la melancolía más que a un cataclismo propiamente dicho. Aunque la base fue la melancolía que sufría, la idea empezó a cobrar forma a partir de una conversación y de un intercambio epistolar con Penélope Cruz, que quería rodar una película con él. Le contó que le fascinaba la obra “Las criadas”, del dramaturgo francés Jean Genet, en la que dos criadas matan a la señora.

“Le dije que no rodaba nada que no naciera de mí, pero intenté escribir algo para ella. De hecho, las dos criadas se convirtieron en dos hermanas”.

El título está inspirado en su depresión. Más tarde, en un documental, descubrió que Saturno es el planeta de la melancolía, y buscando en Internet encontró una página acerca de las colisiones cósmicas.

MELANCOLÍA, como Anticristo, empieza con una “obertura” formada por una serie de secuencias y fotos que, con la obertura de “Tristán e Isolda” como música de fondo, en parte es la visión que Justine tiene del maravilloso fin del mundo, y en parte las dramáticas imágenes de una colisión cósmica a gran escala.

“Siempre me ha gustado la idea de una obertura con varios temas. Me pareció divertido sacar las imágenes de la colisión fuera de contexto y abrir la película con ellas”, dice. Y con una sonrisa añade: “Así nos libramos del lado estético de un manotazo”.

¿Qué tipo de estética buscó para la película?
Quería un choque entre algo romántico, grandioso, estilizado y una forma de realismo. Pero teníamos un espléndido castillo en Suecia, y si a eso se le añade una boda con todos los invitados vestidos de gala, es difícil impedir que no sea maravilloso.

Los rituales vacíos de la realidad
Después del ballet inicial del fin del mundo, la película se divide en dos partes. La primera se titula “Justine” y trata de la hermana melancólica y de su boda. La otra se titula “Claire” y se ocupa de la cuenta atrás hasta el final. El director dice: “Si todo se va a ir a la mierda, más vale que empiece bien”.

La melancólica Justine está decidida a ser normal y por eso quiere casarse. “Desea acabar con toda la tontería, las ansiedades y las dudas. Por eso se empeña en tener una boda de verdad. Todo marcha de maravilla hasta que no puede cumplir con sus propias exigencias. ‘¿Eres feliz?’ es una pregunta recurrente, y debe serlo, si no la boda no tiene sentido. “Ahora debes ser feliz”. Todos intentan hacerla participar, pero no le apetece mucho”.

Parece incapaz de ser parte de la situación, ¿no se lo toma en serio?
“No se toma la boda muy en serio. Al principio es un juego; se siente muy bien y puede permitirse bromear con la boda. Pero poco a poco, la melancolía se apodera de ella, separándola de todo lo que ha puesto en marcha. Cuando llega el momento, es incapaz de enfrentarse a la situación”.

Parece estar en otra parte, ¿lo está?
“Sinceramente, creo que añora un naufragio y una muerte repentina, como dijo Tom Kristensen. Y lo consigue. Podemos decir que consigue sacar al planeta de su órbita y se entrega al cataclismo”.

En este caso, ¿no será porque el naufragio le parece más real que un mundo falso?
“Desde luego, está plagada por las dudas. Cuando llega el día de la boda que se ha impuesto a sí misma, la duda se apodera de ella”.

¿Qué duda?
“Si realmente vale la pena. Una boda es un ritual. ¿Hay algo más allá del ritual? Para ella, no”.

“Es una lástima que los melancólicos no valoremos los rituales. Las fiestas me pesan, no entiendo eso de “Vamos a pasarlo bien”. Puede que los melancólicos pongan el listón más alto, que no les basten unas cervezas y algo de música.

Me parece falso. Los rituales lo son. Pero si los rituales no son nada, entonces pasa lo mismo con todo lo demás”.

Supongo que así lo ve el melancólico, ¿para él todo es hueco?
“Estaría bien que hubiera algún valor más allá del ritual. El ritual es como una película. Tiene que haber algo en la película. La trama de la película es el ritual que nos lleva a lo que hay en el interior. Si hay algo dentro y más allá, puedo entender el ritual. Pero si el ritual es hueco, si ya no es agradable hacerse regalos en Navidad, si no se disfruta con la alegría de los niños, entonces eso de poner un árbol en el salón no tiene sentido”.


La añoranza de la realidad
Justine, la melancólica, busca el dolor y el drama. “Añora algo que realmente tenga valor, y eso implica sufrir. Es nuestra forma de pensar. La melancolía nos parece más sincera. Preferimos la música, las artes plásticas con un toque melancólico. La melancolía en sí se convierte en valor. El amor infeliz y no correspondido es más romántico que el amor compartido, porque este último no nos parece del todo real, ¿verdad?”

Pero ¿por qué añora el melancólico un naufragio y la muerte repentina?
“Simplemente porque es verdad. La añoranza es real. Puede que no exista una verdad que añorar, pero la añoranza en sí es real. Está dentro de nosotros, es parte de la realidad”.

¿Qué sensación le causa la posibilidad de que el mundo se acabe?
“Si pudiera ser cosa de un instante, la idea me atrae. Ya lo dice Justine: “La vida es malvada, ¿verdad?” La vida es una idea maléfica. Puede que Dios se lo haya pasado bien durante la creación, pero no pensó bastante”. El director se ríe.

“Si el mundo se acabara y todo el sufrimiento y la añoranza desapareciesen en un santiamén, puede que yo mismo pulsara el botón. Habrá muchos que digan: “Vaya, ¿y qué pasa con todas las vidas que no se vivirán?” Pero me sigue pareciendo algo malévolo”.

¿Qué abunda más en la vida, la tristeza o la alegría?
“La tristeza, ¡maldita sea! Es obvio. Puede que me diga, ¿y el orgasmo? Vale, muy bien. Pero los orgasmos, los Ferrari y otros placeres no tienen mucho peso si los comparamos a la muerte y a los sufrimientos. Y hay mucho más sufrimiento que placer. Además, cuando se disfruta de un día de primavera, también eso es un tipo de melancolía”.

La boda es el último intento de Justine para entrar en la vida en vez de quedarse fuera por añoranza. “Por eso quiere casarse”, dice Lars von Trier. “Piensa que si se obliga a pasar por los rituales, quizá saque algo en concreto. Para salir de una depresión hay que seguir ciertos rituales: paseos de cinco minutos, por ejemplo. Al repetirlo una y otra vez, el ritual adquiere un significado”.

Ya conoce el dicho: Finja hasta conseguirlo.
“Es exactamente lo que intenta hacer, pero sus añoranzas pueden con ella. Su necesidad de verdad es colosal. Creo que es algo que tenemos todos los melancólicos, requerimos la verdad”.

¿La añoranza es el rasgo más preeminente de MELANCOLÍA?
“Me gusta cómo suenan esas palabras. No hay nada tan emocional como una añoranza melancólica, creo. Evoca la imagen de lobos aullando a la luna”.

¿Qué significa el aullido de los lobos, “ven a por mí”?
“Sí, porque debe haber algún lugar para mí”. Ríe con ganas. “Por eso mismo Justine aúlla al planeta: ven a por mí. Y así es, la devora. No es una simple colisión entre dos planetas, Melancolía devora a la Tierra”.


Solos en el universo
Lars von Trier se levanta y va a su ordenador. Busca algo en Internet. “En la película, las hermanas hablan de la soledad, de estar solas. Creo que se me ocurrió escuchando el tema Allein, Alene, de Nephew”, dice desde su mesa. “La idea de estar solos en el espacio me interesó. Una cosa es que no quede vida en el planeta Tierra, pero si hay algunas células en alguna parte, puede volver a empezar. Si no hay vida en ningún sitio, se acabó para siempre”.

¿O sea que el naufragio no es completo si no desaparece TODO?

“Exacto, tiene que ser todo”, dice con una sonrisa. “Me parece un pensamiento espeluznante y frío. Cuando veo fotos del espacio sideral, me dan escalofríos y me siento terriblemente solo. Y si nos imaginamos flotando en el espacio, también estamos solos”.

Una inesperada exclamación surge de detrás de la pantalla. “¡Oh! Hay vídeos de planetas. No los había visto”. Suena la música de Allein, Alene mientras regresa al sofá y dice: “Es difícil pensar que no hay vida en ningún otro sitio, pero Justine lo sabe”.

En la segunda parte de la película, la celebración ha terminado y el planeta se acerca a la Tierra. De pronto, Claire, la hermana mayor, se viene abajo mientras Justine se siente cada vez más segura de sí misma. El marido de Claire, encarnado por Kiefer Sutherland, es uno de los personajes típicos de Lars von Trier: el hombre racional que reflexiona y cree que tiene una explicación para todo. “Sabe por qué el planeta no colisionará con la Tierra y se pasa toda la película tranquilizando a su mujer, hasta que deja de hacerlo”, dice el director, sonriendo.

Las dos hermanas no son diferentes la una de la otra. Comparten una madre loca que pasa de todo y está totalmente amargada. No desea ni añora nada. Claire tuvo que hacer el papel de madre con su hermana pequeña. Y para cuidar de los demás, hay que ser fuerte”.

¿Por qué se derrumba Claire cuando se acerca el planeta?
“Tiene algo que perder, un hijo, por ejemplo. No añora nada. Aprecia lo que tiene. Pero Justine no tiene nada que perder. Es una melancólica, y ya se sabe, siempre añoramos algo más. Cuando se vive en la añoranza, no se tiene nada que perder porque no se tiene nada”.


La última película en el mundo
Antes de que comenzara el rodaje, Penélope Cruz tuvo que cancelar su participación por compromisos previos, y el director dio el papel principal a Kirsten Dunst. La colaboración, según el director, fue de lo más agradable.

“Me parece una actriz formidable. Es mucho más matizada de lo que creía y tiene la enorme ventaja de haber pasado por una depresión, como cualquier persona sensata”, dice.

“Me ayudó mucho. Me mandó fotos de sí misma en plena depresión para que pudiera ver qué aspecto tenía. Estaba allí, sonriente, pero con la mirada totalmente vacía. Lo hace de maravilla”.

Si se le pregunta qué piensa de la película, es más difícil conseguir una respuesta. “Cuando la veo, me gusta. Pero la he visto tantas veces que ya no lo sé”, dice, y después de una breve pausa añade: “Charlotte Gainsbourg dijo algo que me gustó mucho: ‘Es una película extraña’. Me alivió oírle decir eso porque temía que le faltara esa cualidad, que no fuera nada extraña”.

¿Qué le hace dudar?
“Bueno, me preocupa que sea demasiado ‘bonita’. Me gusta el romance, el patetismo, pero eso significa estar muy cerca de algo bonito. Como cuando uno se abandona al romanticismo con Wagner y se convierte en algo… trivial”.

Pero puede haber algo bonito hasta la indecencia, ¿no cree?
“Claro, mientras haya una idea detrás. Con Anticristo tenía una sensación maravillosa, nada pulida, pero no me pasa con MELANCOLÍA. Siempre quise que fuese una película pulida, aunque espero que el espectador rasque y encuentre algo detrás del barniz”.

Lo peor fue cuando me dijeron en Nordisk Film que había imágenes preciosas. Fue un golpe bajo”, dice, riendo. “Si algún día hago una película que les guste, se acabó, no volveré a rodar”.


La ninfómana
En el caso de Lars von Trier, la respuesta es simple. Uno se levanta por la mañana, da un paseo, va a trabajar y busca en el mundo un rayo de interés que pueda desplegarse en imágenes que incluso añadan algo al vocabulario cinematográfico. Le sirve para mantener alejada a la melancolía. Por eso sus películas nos llegan a intervalos cortos últimamente. Al parecer, ya tiene una idea para la siguiente. Primero me dice que ha empezado a leer novelas: Los Buddenbrook, de Thomas Mann; El idiota y Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski.

“Ahora me pregunto por qué el cine es tan estúpido”, suelta de golpe. “¿Por qué todos los diálogos deben decir algo? Una trama… Cuando hay un hilo conductor en un libro solo se toca de vez en cuando”.

“Pero una película está atada a la trama. Ni siquiera una película de Tarkovsky se acerca a la profundidad de una novela. Podría estar bien usar algunas de las cualidades de una novela, a pesar de que nunca dejan de hablar – es lo que me gusta de Dostoievski –, e incluirlas en una película”.

¿Cómo quedaría en una película?
“Mire, incluso esta habitación contiene miles de historias. Mucho material no surge de la imagen. La historia de esta silla, por ejemplo. Cómo llegó hasta aquí, dónde estaba antes y por qué está aquí”.

¿Se refiere a profundizar en una historia, lo que en cine se suele tomar como desviaciones?
“Sí. ¿A qué se parece una botella?” Señala la botella de agua en la mesa. “¿Por qué bebemos esta marca? ¿Es más barata? Y el código de barras, ¿de dónde salió?”

Dudo que los códigos de barras sean el tema de la siguiente película de Lars von Trier, me inclino más por el sexo. De pronto, dice: “He propuesto dos posibles títulos a Peter Aalbaek, ‘Mierda y llagas’ y “La ninfómana’. Le gusta más el segundo, dice que es mejor comercialmente”.

El periodista Nils Thorsen, autor de The Genius – Lars von Trier’s Life, Films and Phobias (El genio – Vida, películas y fobias de Lars von Trier), habló con el realizador en marzo cuando este ponía los toques finales a MELANCOLÍA.
2011 MELANCOLÍA. Mejor Actriz, Festival de Cannes
2009 ANTICRISTO. Mejor Actriz, Festival de Cannes
2006 EL JEFE DE TODO ESTO. Festival de Donostia/San Sebastián
2005 MANDERLAY. Festival de Cannes
2003 LAS CINCO OBSTRUCCIONES. Festival de Toronto
2003 DOGVILLE. Festival de Cannes
2000 BAILAR EN LA OSCURIDAD. Palma de Oro en el Festival de Cannes
1998 LOS IDIOTAS. Festival de Cannes
1997 RIGET II (El reino II, TV). Festival de Venecia
1996 ROMPIENDO LAS OLAS. Gran Premio en el Festival de Cannes
1994 RIGET 1 (El reino I, TV). Mejor Director en el Festival de Karlovy Vary
1991 EUROPA. Premio del Jurado en el Festival de Cannes
1988 MEDEA (TV)
1987 EPIDEMIC. Festival de Cannes
1984 EL ELEMENTO DEL CRIMEN. Gran Premio en el Festival de Cannes
1982 BEFRIELSESBILLEDER (Imágenes liberadoras) Festival de Berlín