Thomas Vinterberg, el cofundador del movimiento Dogma, regresa de forma espectacular con SUBMARINO, un drama duro e intensamente espiritual acerca de dos hermanos con un oscuro pasado que han caído por las fisuras del Estado-niñera llamado Dinamarca, el país más feliz del mundo, según una reciente encuesta.

A pesar de que cueste mirar algunos de los hechos terribles reflejados en la película, no hay cabida para el “miserabilismo” cinematográfico. El rayo de esperanza y gracia que recorre SUBMARINO la levanta muy por encima del turismo de arrabales. Pocas veces se ha visto una película tan pesimista y tan esperanzadora a la vez. Funciona como un masaje emocional: el espectador queda apaleado, pero lleno de energía.

Lo que más me impresionó fue el trabajo de los protagonistas, Jakob Cedergren ofrece una interpretación reflexiva, casi “estudiosa”, que contrasta espléndidamente con la violenta rabia que bulle en su interior. Peter Plaugborg está impecable, pero es posible que el joven Gustav Fischer Kjaerulff, en el papel de Martin, ofrezca la interpretación más memorable como un niño que sorprende por sus reacciones.

Un retrato nada sentencioso en el que se observa cuidadosamente la desesperanza y la degradación.
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