"EL PADRE (THE CUT)": EL GENOCIDIO ARMENIO.

02/07/2015
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A los cristianos armenios –cuya Iglesia se remonta al siglo I– les degollaban si no se convertían al islam. En 1916, ya había sido exterminados un millón y medio de armenios. Por tanto, no se trata sólo de una revisión histórica necesaria, sino de una película de enorme actualidad.

El cineasta germano-turco Fatih Akin siempre ha reflexionado en su cine sobre elementos oscuros de cierta cultura turca o de algunos episodios de la historia de Turquía. En Contra la pared (2004), que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín, nos cuenta la historia de Sibel, que vive asfixiada bajo el islamismo claustrofóbico de sus padres. Con un tono notablemente menos nihilista, Al otro lado (2007) toca el tema de la relación entre turcos y alemanes, o el amor vivido como experiencia desgarradora. En El padre, vuelve a poner el acento en lo más desesperanzado en su forma de afrontar uno de los grandes temas tabú de la historiografía reciente, el genocidio armenio. Pero a pesar de lo discutible de muchas de sus opciones de guión –coescrito con Mardik Martin, el veterano guionista de Toro salvaje o Malas calles–, es muy positivo que se afronten películas sobre este tema, tan escasamente tratado en el cine.

Un exterminio moral

Estamos en 1915. Nazaret Manoogian es un padre de familia cristiano, felizmente casado y con dos hijas gemelas, Arsinée y Lucinée. Trabaja como herrero en Mardim. Todo cambia la noche en la que una patrulla de la policía turca irrumpe en la casa de Nazaret y se lo llevan detenido con otro nutrido grupo de armenios. En mitad del desierto los van a degollar, pero el verdugo de Nazaret, un buen hombre reclutado a la fuerza, sólo le practica un corte, que le deja mudo para siempre, pero le salva la vida. Comienza una peregrinación muy dura, en el que verá hechos terribles, y que le llevará literalmente por medio mundo en busca de su familia, a sabiendas de que los turcos condenaban a las mujeres, niñas y ancianos a las marchas de la muerte en el desierto. La mayoría moría de sed, hambre, fatiga, enfermedad, o por los abusos físicos que sufría. Aun así, Nazaret mantenía la esperanza.

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