Daniel tiene 40 años y vive en la calle. No habla con nadie, no busca compañía, y mucho menos compasión. Es un espectador silente del bullicio urbano, un fantasma que, sin querer, lo ve todo. Las 24 horas del día, los 7 días de la semana, la ciudad le habla, aunque él no responda.
Aina, una joven de veintitantos, voluntaria de una ONG internacional, se fija en él. Hay algo en los ojos de ese vagabundo que le impide ignorarlo. Decide ayudarlo, pero cuanto más se acerca, más él la rechaza. Esa resistencia, en vez de alejarla, la obsesiona. Quiere saber quién fue ese hombre antes de perderse. Persistente y paciente, Aina consigue abrir una grieta en el muro de Daniel. Lo que descubre la desarma: Daniel fue un alto ejecutivo de una multinacional, despedido tras ser acusado de un escandaloso desfalco. Para proteger a su familia de represalias, huyó de todo, incluso de sí mismo, dejándoles todo lo que tenía. Pero Aina ha removido demasiado. El pasado no olvida, y en medio de la celebración del carnaval, cuando todos se esconden tras una máscara, Daniel tendrá que quitarse la suya.
Será el momento de enfrentarse a lo que fue, a lo que hizo, y a lo que aún podría salvar.
Porque a veces, para reencontrarse, primero hay que perderse del todo.