Mientras sufría la angustia del exilio en la remota isla de Santa Elena, antes de su muerte, leemos en sus memorias que Napoleón pensó que la posteridad lo admiraría no solo por sus batallas, sino por llevar cultura y belleza a la gente, por crear el sistema escolar estatal y la idea moderna de un museo universal, propiedad de todos, abierto a la gente corriente.
Aspirante a escritor, lector compulsivo de miles de libros, admirador del arte y su poder de comunicación, Napoleón fue impulsado a sus hazañas por un deseo de poder y gloria, pero también por una necesidad de conocimiento y una ambición de asociar su imagen con las grandes civilizaciones del pasado.
Por esta razón, durante sus campañas militares, promovió investigaciones, excavaciones y expoliaciones de obras, especialmente en Italia y Egipto, que condujeron a descubrimientos como la Piedra Rosetta y la fundación de los primeros museos públicos del mundo: el Louvre en París, y luego, siguiendo su ejemplo, la Pinacoteca di Brera en Milán, organizada según criterios enciclopédicos.