Entrevista con Arnaud y Jean-Marie Larrieu
¿Cómo nació «Pintar o hacer el amor»?
JM: A partir de personas reales que conocimos
en provincias.
La observación es para ustedes una fuente de inspiración.
A: Sí, a menudo. Una vez fuimos testigos de una escena en casa de una pintora. Un antillano profesor de filosofía vino a verla. La pintora estaba medio tumbada en el suelo, acariciaba a su perro. El hombre observó los cuadros y le preguntó quién los pintaba. Ella contestó que eran suyos y él le dijo que le parecían magníficos. La turbación de ambos era palpable. El personaje de Adán (Sergi López) está inspirado en parte en este hombre.
JM: Otro elemento del personaje se debe a nuestro encuentro con Mathieu Carta, el director ciego del Festival de Cine de Lama, en Córcega.
A: No conocíamos a ningún ciego. Tuvimos la sensación de que nos desnudaba.
¿Empezaron entonces a reunir los elementos necesarios para la construcción del guión?
JM: Imaginamos la intriga amorosa. Se inspira en situaciones que todos conocemos, esas relaciones de amigos con fondo amoroso entre parejas, donde surgen los celos durante unas vacaciones. También usamos acontecimientos que no entendimos cuando éramos niños, en los años setenta. Por ejemplo, la idea de que pueda existir un intercambio de parejas sin ningún asomo de adulterio. Queríamos alejarnos del esquema típico del adulterio y de la culpabilidad.
A: Hemos ido más lejos.
JM: Como una imaginación hecha realidad. No se trataba de volver atrás a las comunas de antaño. La película no defiende el intercambio de parejas ni el regreso del espíritu del 68; sólo plantea la fuerza del deseo a través de las generaciones. El deseo siempre está vivo.
¿Cómo escogieron a los actores? Son estrellas del cine francés, algo nuevo para ustedes.
JM: Fue la primera vez que no conocíamos a los actores antes de empezar a rodar. Pero no tardamos en darnos cuenta de que debían ser Daniel Auteuil y Sabine Azéma. También es cuestión de deseo. Deseamos hacer películas para dar una imagen a alguien que carece de ella. Claro que cuando se trata de actores conocidos, tienen muchas imágenes, pero no fue tan difícil.
A: Escogimos a Sabine Azéma porque comunica algo mucho más ambiguo y misterioso que la imagen que suele tenerse de ella.
JM: La vi en un programa de televisión donde el presentador le preguntaba qué tipo de papel le gustaría hacer. Contestó que le interesaba la idea de “la transgresión, pero sin crimen ni culpabilidad”. Era perfecto. De hecho, aceptó enseguida. En cuanto a Daniel Auteuil, queríamos ofrecer lo opuesto al personaje habitual de seductor semi-juvenil. Al principio es un hombre un poco depresivo,
poco aventurero. A Daniel le gustó mucho el guión de «Pintar o hacer el amor».
A: Otro atractivo era que nunca habían trabajado juntos. Además, representan un cine popular en el que a menudo encarnan a la media, a personas de nivel medio desde un punto de vista cultural o intelectual.
JM: La idea de la “media” es importante. Nuestros personajes no han tenido una vida extraordinaria. Son un poco más jóvenes que la generación del 68. Son burgueses de provincias que descubren algo nuevo un poco tarde en su vida, que les proporciona escalofríos adolescentes. Nos gustaba la idea de usar actores maduros para hacerles volver a la adolescencia.
A: Todo fue muy natural para ellos. Es fácil creer que Auteuil interpreta a Auteuil, y Azéma a Azéma, pero no es así. Parecían vírgenes en cada escena.
JM: Les gustaba sorprenderse mutuamente. Su relación durante el rodaje recuerda a la relación de los personajes: se nota que William (Daniel Auteuil) siempre se queda atónito ante los descubrimientos de su mujer, y que a Madeleine (Sabine Azéma) le gusta actuar para su marido, al que admira profundamente.
¿Por qué escogieron a Sergi López y a Amira Casar?
A: Sergi López estaba claro desde el principio, primero porque nos gusta mucho y, sobre todo, porque no queríamos a un actor con pinta de intelectual refinado. Necesitábamos a alguien que pudiera dar la impresión de esconder un secreto inquietante, pero que, al fin y al cabo, fuera tal como parece desde el principio, un hombre muy simpático. En otras palabras, Sergi.
JM: Para Eva, nos apetecía una actriz extranjera, pero tampoco queríamos caer en el exotismo. El papel se basa en una fuerte presencia física, sin el apoyo de las palabras. Buscábamos un poder de seducción basado en la inocencia, no en la perversidad. Escogimos a Amira, una mujer de naturaleza exuberante, para un papel más bien silencioso. Quizá sea eso lo que le proporciona ese aspecto trémulo.
A: Cuando vimos el copión, nos dimos cuenta de que se parecía muchísimo a una Eva que Gauguin pintó en las islas.
JM: Escoger a Sergi y a Amira fue como escoger a los actores franceses más extranjeros.
A: O dos extranjeros muy franceses. Vienen de otra parte. Son dos personas familiares y desconocidas.
«Pintar o hacer el amor» es una película acerca del tiempo desde cualquier punto de vista, el tiempo que pasa y el tiempo que hace.
JM: La meteorología nos apasiona para la puesta en escena. Todo cambia muy deprisa en la película, como el tiempo.
A: La idea de previsión está omnipresente. En la vida, siempre prevemos y organizamos lo que va a ocurrir. Pero estos personajes salen de la previsión para entrar en el descubrimiento. El tiempo y las estaciones les producen una mezcla de recuerdos y de novedades.
JM: A su edad, la única previsión que suele hacerse es que todo se acabará pronto. Por eso disfrutan del momento, que se convierte en infinito. Nos pareció adecuado que William fuera un meteorólogo jubilado: un contemplativo que vive la inquietud de sus coetáneos.
La idea de un personaje “contemplativo inquieto” encaja muy bien con la película, de la que se desprende una cierta inquietud a pesar de su aparente ligereza.
JM: Las fuerzas solares acaban por ganar, pero «Pintar o hacer el amor» es la película más sombría que hemos realizado. Aunque se adivine el júbilo que hemos intentado provocar en los actores, las sombras avanzan por doquier: la noche, la edad. Pero no queríamos discursos de 25 minutos sobre el sentido de la vida. Su mujer se limita a decirle: “Te falta magnesio”. Siempre pienso en la imagen de Charlot patinando a unos metros de un abismo. Me conmueve ver a William y a Madeleine cruzar la oscuridad que les rodea con total inocencia.
Como la escena que transcurre en la oscuridad más total y que dura dos minutos.
A: Encaja con el personaje de Adán, el ciego, que vive siempre así. Para él no es ningún problema guiar a William y a Madeleine en plena noche. En esta escena, recobramos la infancia. Adán les coge de la mano porque les asusta la oscuridad.
JM: Además del miedo infantil, también puede simbolizar el deseo – se cierran los ojos para hacer el amor – o la muerte que se acerca, el gran agujero negro. Construir un personaje ciego nos ha permitido imaginar situaciones originales y metafóricas. Aparte de todo esto, la secuencia en plena noche toca una cuestión de puesta en escena simple, aunque decisivA: ¿De quién es el punto de vista? En este momento, Adán lleva la voz cantante.
Después de su presentación en el Festival de Cannes, algunos tacharon «Pintar o hacer el amor» de película acerca de “burgueses progres”. ¿Qué pueden decirnos al respecto?
JM: Sinceramente, no lo entendimos. Nuestros personajes no son burgueses parisienses, no son bohemios, no
tienen treinta y pico años. Nos hemos inspirado en la pequeña burguesía de provincias que no tiene nada de “progre”. Quizá se deba al tema. No se acusó a Luis Buñuel de hacer películas burguesas cuando escenificaba a
la alta burguesía.
A: Nuestros personajes son lo que aparentan, pero la película no es lo que aparenta.
JM: Al principio son unos carcas, pero se van soltando
a medida que avanza la película. Desde luego, no tienen
ni la cultura, ni la clase social de la pareja de
«Eyes Wide Shut», donde se juega con la unión de sexo, dinero y poder. Nos interesaba retratar a unos personajes estrechos, no muy interesantes, y sacarlos de su ambiente. Gente que parece no hacer nada, pero que, de una forma casi inocente, sin inclinaciones intelectuales, se lanza
a lo desconocido.
Sin sentimientos de culpabilidad.
JM: La mayor provocación de «Pintar o hacer el amor» era mostrar a gente feliz. Han trabajado duro toda su vida, tienen unos ahorros y no se sienten culpables. Para algunos, el gran pecado es la falta de culpabilidad. Como si la gente que se está bien consigo misma debiese sentirse culpable.
A: Enseñamos a una pareja sin miedos y sin reproches.
Se ha dicho de «Pintar o hacer el amor» que es una película a lo “Renoir”, ¿reivindican esta filiación?
JM: Es uno de nuestros cineastas favoritos. Renoir tiene conocimientos sociales que quizá alcancemos algún día. Si nuestro cine recuerda al suyo, quizá no sea por la película propiamente dicha, sino por la idea de que ante todo existe el personaje. El personaje siempre tiene razón, por encima de la historia.
Y por último, ¿por qué escogieron este título?
JM: Quizá porque significa algo sobre el sentido de la vida. Para algunos, “pintar” significa trabajar. El arte estaría en hacer el amor; el trabajo, en pintar. Y volvemos a retomar la cuestión central de la películA: Cuando la vida social, basada en ganar dinero, se acaba, ¿qué nos queda? El hombre de Lascaux y Gauguin quizá se plantearan la misma pregunta. Sólo es una hipótesis.
A: Lo que sí puedo decirle es que, durante el rodaje, de tanto pintar, acabábamos borrachos de amor.
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Arnaud y Jean-Marie son hermanos. Nacieron en Lourdes en 1965 y 1966 respectivamente. Además de numerosos cortometrajes, han rodado cuatro largos:
1998 «Fin d’été»
2000 «La brèche de Roland»
2003 «Un homme un vrai»
2005 «Pintar o hacer el amor»
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Comentarios de los directores
¿Todavía hay vida después de treinta años de matrimonio? Los niños se han ido a estudiar al extranjero, la jubilación está a la vuelta de la esquina y el ocio consiste en ver a los amigos para tomar el aperitivo o jugar al golf un domingo... Sí, hay vida y puede ser de lo más sorprendente.
William y Madeleine vuelven a abrir los ojos y descubren un paisaje, una casa, un cuerpo, la noche...
De pronto, entran en una historia amorosa con la inocencia propia de la juventud. Han conocido a sus nuevos vecinos, Adán y Eva.
Queríamos rodar a personas con una vida muy normal viviendo experiencias sensuales extraordinarias. William y Madeleine consiguen turbarnos porque siempre mantienen un pie en la rutina cotidiana a pesar de haber sucumbido a emociones y deseos alocados. De hecho, lo realmente subversivo y provocador es su inocencia y la ligereza con la que pasan a la acción.
Hemos trabajado para que ocurriese lo mismo con los actores durante el rodaje. Nos producían la misma sensación que un músico de jazz puede sentir a la hora de tocar un “standard”; es a la vez simple, claro, conocido por todos, pero puede ser interpretado de mil maneras, incluso puede reinventarse.
Es lo mismo que sienten los personajes frente al paso del tiempo y de las estaciones: una increíble mezcla de recuerdos y de novedades.
Dado que William trabajaba en el servicio meteorológico francés, nos dio por llamarlo el suspense meteorológico de la película. En contra de lo esperado, a pesar de las previsiones para el otoño de sus vidas, los personajes se ven envueltos en corrientes inestables, primaverales, imprevisibles.
El reencuentro con la adolescencia de William y Madeleine es comparable a la emoción de las primeras veces. Una pareja que se enamora. Una pareja sin miedos ni reproches.
Arnaud y Jean-Marie Larrieu
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