Es uno de los principales realizadores de Israel. Tiene en su haber películas del calibre de La novia siria (2004), ganadora de 18 premios internacionales y estrenada en todo el mundo; Gmar Gavi’a (Final de copa) (1992), que participó en los festivales de Venecia y de Berlín; Zohar (1993), la película de mayor recaudación en Israel en los años noventa; Pituy (Tentación) (2002), basada en un superventas israelí; Tzomet volkan (2000), una historia nostálgica acerca del rock & roll, y su primera película, B’Yom Bahir Ro’im et Dameshek (Los días claros se ve Damasco) (1984).
Ha dirigido y producido numerosos telefilms, series de éxito y documentales. Nació en Jerusalén; creció en Estados Unidos, Canadá y Brasil. Se licenció en la Escuela Nacional de Cine de Beaconsfield, Inglaterra, en 1982. Está casado con Dina, que también es realizadora, y es el padre de Tammy (periodista) y Jonathan (pianista de jazz). Vive en Tel Aviv.
El Oriente Próximo cambia constantemente, aunque si uno se para a pensar, quizá no cambie tanto... Esperanza, optimismo, pesimismo, avances, nuevos horizontes, futuro, pasado, son las palabras que se usan a diario para describir la situación de una región que ha visto demasiado. Los árboles han sido siempre testigos mudos de las actividades del hombre. Aunque se suele asociar la región con los olivos, esta historia habla de unos limoneros que son tachados de amenaza a la seguridad nacional, algo a lo que los limoneros no están acostumbrados...
Después de rodar La novia siria, estimé que dejaba clara mi visión de la situación tal como la conozco y la veo desde mi perspectiva de realizador y de ciudadano israelí y del mundo. Pero estos temas siguen persiguiéndome de muchas maneras, y cuando escribí la historia de la guerra de Salma, no pude resistirme y decidí volver a hacer una película en la que pudiera exponer mis ideas acerca de la locura reinante en Oriente Próximo (a todos los niveles).
Dicho así, puede parecer ambicioso, pero no es el caso. Los Limoneros es una historia simple acerca de personas que se enfrentan por cosas que habrían podido resolverse muy fácilmente si hubieran sido capaces de escuchar. Pero las expectativas, por muy simples que sean, siempre son difíciles de cumplir, como ya se ha visto en muchas regiones del mundo. Además, la tensión en esta zona en particular, que se ve aumentada por el peso de la historia, de la religión y otros asuntos eternos, no lo pone fácil para nadie.
Además de lo anterior, esta película también trata de la soledad, tal como se refleja en la vida de las dos mujeres, Salma, en el lado palestino, y Mira, la esposa del ministro de Defensa, en el lado israelí. Posiblemente sea lo que más me atrajo de esta historia. Todos los personajes representan, en cierto modo, lo que está pasando en la zona, y todos reflejan y sufren la soledad que ha invadido sus vidas en el ámbito personal y nacional.
Como en La novia siria muestra la vida cotidiana a través de una mezcla absurda de humor y drama, de tragedia y comedia, y del imposible caos que representa la colorista y a la vez oscura historia de israelíes y palestinos.
¿Cómo y cuándo nació la idea de Los Limoneros?
Cuando acabé de rodar La novia siria, tenía dos cosas muy claras. La primera era que quería volver a dirigir a Hiam Abbas, esta vez en un papel principal, y la segunda era que quería acercarme más a la situación de Oriente Próximo. En otras palabras, dejar los Altos del Golán y meterme de lleno en la explosiva situación entre Israel y los palestinos. Empecé a buscar una historia y encontré varios ejemplos de palestinos que habían llevado al Estado de Israel a los tribunales. La idea me intrigó por varias razones. En primer lugar, el hecho de que los palestinos pueden llegar hasta el Tribunal Supremo dice mucho a favor del sistema judicial israelí. En segundo lugar, a pesar del sistema (y sin tener en cuenta las decisiones de los diferentes tribunales al final del juicio), existe una profunda sensación de injusticia y, sobre todo, de aturdimiento después de tantos años de ocupación. Ambos lados han hecho cosas deplorables, nada es blanco o negro, pero la historia de unos limoneros que se convierten en una amenaza a la seguridad nacional solo porque tienen la mala suerte de estar al lado de la casa de la persona encargada de dicha seguridad, me pareció el marco perfecto para lo que quería contar. Y el hecho de que miles de historias similares han ocurrido y volverán a ocurrir, me empujó aún más.
¿Los Limoneros es una película política?
No creo en esa terminología, me parece desfasada. Todo hoy en día es político. Todo lo que se diga, se haga o se piense producirá una reacción política. Las decisiones que toman políticos a miles de kilómetros afectan al mundo entero, sobre todo en una “zona peligrosa” como es Oriente Próximo, pero también si se vive en Nueva York, París o Berlín. No, Los Limoneros no es una película política, es la historia de unas personas atrapadas en un enfrentamiento político. El ministro de Defensa, su esposa, Salma, el abogado, todos están atrapados en sus situaciones personales y públicas, en su modo de pensar. No es política porque no intenta imponer un punto de vista. Se limita a contar una historia, a mostrar emociones y a enseñar una situación delicada y compleja situada contra un telón de fondo explosivo. Subrayo la palabra “historia” porque quería contar una historia conmovedora que fuera accesible a un público plural en todo el mundo.
Háblenos de cómo trabajó con los actores y el equipo técnico.
Empezaré con Rainer Klausmann, un director de fotografía genial y un hombre genial. Era la primera vez que trabajábamos juntos, pero estábamos de acuerdo que se trataba de una película simple donde no se juzgaba a nadie. Los Limoneros es, en gran parte, el resultado de este punto de vista compartido. Rainer es suizo y trajo consigo a tres técnicos alemanes que se unieron al equipo israelí. Los coproductores, Bettina, Michael y Antoine, son alemanes y franceses. Es nuestra segunda colaboración después de La novia siria. La coguionista Suha es palestina-israelí. Los actores son israelíes, palestino-israelíes y palestinos. Pero todos han compartido el mismo deseo, que la historia funcione. Pero hablando concretamente de los actores, Hiam ha sido parte de mí, y espero haber sido parte de ella. Estoy seguro de que ha sido así. Los actores y el director deben formar un todo para alcanzar el nivel de intensidad, vulnerabilidad y sinceridad requeridas para comunicar de forma creíble una situación conmovedora. Esta regla puede aplicarse a los otros actores, Rona, Ali, Doron, Tarikh, y a los demás miembros de un maravilloso reparto que me permitieron meterme en la piel de un ministro de Defensa, de un abogado, de un campesino o de un solitario soldado que vigila el campo de limoneros desde una atalaya.
Y para terminar, ¿Los Limoneros cambiará el mundo?
Claro, ¿no se ha dado cuenta? Ya lo dice la canción: “Los limones, qué bonitos, pero no hay quien los coma”. Me basta con hacer una modesta contribución, quizá ayudar a romper algunas ideas preconcebidas y dar que pensar un poco...