UN ENFOQUE DIFERENTE
Laurent Tirard, coguionista y realizador de la película, dice: “Algunos pensarán que soy un gran fan de Molière y que hacía mucho tiempo que quería hacer esta película, pero no es así. El proyecto surgió de forma casi accidental. Mensonges et trahisons, mi primer largometraje, me había parecido una película original, innovadora, pero me di cuenta de que pertenecía a la categoría de cine sobre gente de treinta años. Decidí no volver a hacer una comedia contemporánea y trabajar en un proyecto que no se pareciera a los demás. En Mensonges et trahisons lo había pasado muy bien rodando las pequeñas secuencias de la prehistoria, la Edad Media, el siglo XIX e incluso los años 80. Me atraía la idea de una comedia con temas modernos, pero con trajes de época”.
“Recordaba de haber leído El misántropo en el instituto y haber disfrutado, pero nada más. Volví a leerlo y, con la madurez y la experiencia, me gustó aún mucho más. Me entraron ganas de leer a Molière. Descubrí Las mujeres sabias, que me pareció brillante a pesar de ser desconocida para mí. Más allá de la magia de las palabras, las situaciones eran universales, intemporales, y Molière las restituía con un sentido único de la naturaleza humana. Pero, ¿cuál escoger? ¿Cómo adaptarlas? No me bastaba El misántropo y Las mujeres sabias. Empecé a interesarme por el autor y a leer biografías suyas”.
“Para conseguir un proyecto satisfactorio, Grégoire Vigneron, mi coguionista, y yo leímos la obra de Molière y su historia personal para reunirlas y plasmar el encuentro del autor con su obra. La película debía tener el mismo espíritu que las obras de Molière y, a la vez, reflejar nuestro punto de vista acerca de él”.
El productor Marc Missonnier recuerda: “Después de Mensonges et trahisons, Olivier Delbosc y yo queríamos volver a trabajar con Laurent. Nos presentó varios proyectos, pero este nos entusiasmó inmediatamente. Un tema así tratado por Laurent y por Grégoire tenía mucho potencial. Se convertía en un proyecto lleno de vida, muy alejado de las imágenes clásicas y del academicismo que suele asociarse a Molière. El enfoque que proponían no tenía nada que ver. Aunque la idea nacía de la ficción, desempolvaba el mito y nos sumía en la parte más viva, más conmovedora y más intemporal de la obra”.
EL CORAZÓN DE UNA OBRA Y DE UN HOMBRE
Laurent Tirard explica: “Grégoire y yo compartimos el mismo punto de vista sobre la vida y, sobre todo, nos reímos de lo mismo. En el plano técnico, nos complementamos muy bien. Me ocupo sobre todo de la estructura y de la construcción de la historia, mientras Grégoire se inclina por los personajes. Me ayuda a explorarlos, a esculpirlos. Hemos crecido en ambientes parecidos, pero nuestras experiencias son completamente diferentes. He tenido una vida muy protegida y soy muy comedido. Eso permite aportar cierto rigor a la escritura, algo que tranquiliza a Grégoire. Sin embargo, él conoce la vida mucho mejor que yo. Antes de trabajar con él, hacía evolucionar los personajes de forma lógica, pero supo demostrarme que la gente no suele actuar así”.
Grégoire Vigneron añade: “Nos sentimos muy cerca de la obra de Molière cuando la leímos porque tiene mucho que ver con un estudio costumbrista además de ser una notable descripción de la sociedad. Molière inventó la comedia costumbrista que tanto gusta y que practican directores como Woody Allen”.
Vuelve a hablar Laurent Tirard: “Las biografías de Molière son muy diferentes. Las hay muy bien documentadas, pero un poco frías, casi clínicas. Muchos historiadores no están de acuerdo con la biografía novelada de Mikhail Boulgakov, pero nos aportó una visión mucho más humana del personaje. Las biografías suelen tener el defecto de empeñarse en realzar las cualidades de Molière y de mostrar su genialidad sin par. Idealizando al protagonista, sus biógrafos le alejan e impiden que nos sintamos atraídos por él. En cambio, sus defectos, su poca capacidad de burlarse de sí mismo, su mal genio, su cobardía le bajan del pedestal y le acercan a nosotros”.
Grégoire Vigneron toma la palabra y dice: “No queríamos hacer una tesis sobre Molière. Hemos escrito una ficción inspirada directamente en su espíritu y su trabajo. Es verdad que fue a la cárcel por no pagar sus deudas y que al salir, desapareció”.
Laurent Tirad sigue diciendo: “Los biógrafos de los años 50 hablan de una desaparición de varios meses. Aunque la tesis moderna pone en duda esta desaparición tan larga, decidimos interesarnos por ese decisivo periodo en que Molière debe enfrentarse a su peor fracaso como autor de tragedias, antes del comienzo de una gran gira por provincias, donde empezará a alzar el vuelo. Decidimos que el núcleo de la película sería ese misterio, esa ausencia inexplicada. También intentamos impregnarnos de su obra leyéndola una y otra vez, analizando cada escena. Fue un placer descubrir la comedia pura y entender el mecanismo de sus obras. Durante tres meses, tomamos notas, encontramos ideas para las escenas, bases para la comedia y algunos diálogos. Acumulamos lo que podría llamarse una materia prima algo caótica que no intentamos organizar. Disfrutamos mucho haciéndolo, lo que cambió nuestro modo de escribir.
MUCHO MÁS HUMANO QUE UNA ESTATUA
Grégoire Vigneron dice: “Para comprender un personaje como Molière, es necesario olvidar su peso histórico. Es un héroe de los que gustan. Además es un creador muy prolífico. No olvidemos que escribió Tartufo en dos semanas. Pero también es algo cobarde, como lo demuestra la siguiente anécdota. Muchas personas se reconocían en sus obras y, a menudo, se sentían heridas en su amor propio. Un día, en los pasillos de Versalles, un viejo militar, convencido de que le había caricaturizado, se acercó a Molière con ademán de abrazarlo y aprovechó para rasgarle la mejilla con el botón de su casaca. En aquella época, y en lugar tan público, semejante afrenta implicaba un duelo al día siguiente, duelo que Molière habría perdido. Optó por fingir que no se había dado cuenta de nada. Sus prefacios eran una sarta de lisonjas, pero era capaz de enemistarse con hombres poderosos porque escribía con sinceridad, con una mezcla de inocencia y espontaneidad. Sus contradicciones, sus pasiones, sus paradojas le aportan una densidad diferente a la imagen de icono en la que suele estar encasillado. Era un ser vivo, muy emotivo, y antes de escribir, observaba”.
El guionista sigue diciendo: “Otro rasgo particular era su preocupación por los ingresos de sus obras de teatro. Dirigía una compañía de cómicos y luchaba para que todos ganaran dinero. Tenían un gran sentido del marketing y de la comunicación. Después de haberlo pasado mal desde los 22 a los 37 años, sabía lo que era el teatro y el público. Cuando llegó a París, demostró tener un don infalible para que el teatro que representaba sus obras fuese el lugar donde había que ir. Gracias a Lagrange, que llevaba la contabilidad de la compañía, conocemos los ingresos de las obras y sabemos que Molière siempre estaba dispuesto a reescribir algo si no funcionaba”.
Laurent Tirard añade: “Me parece un hombre mucho más complejo que el icono en que se ha convertido. Era muy susceptible, tenía accesos de megalomanía, terribles momentos de depresión y desesperación, no tenía una gran confianza en sí mismo. En la película, Molière es un joven entusiasta que rompe con su entorno y se encuentra en una situación que le obligará a verse tal como es. Su relación con Elmira, mayor que él, pero muy atractiva, será una revelación. La mujer sabrá mostrarle qué camino escoger. Esa es la ficción de la película”. Grégoire Vigneron vuelve a tomar la palabra: “La realidad no tiene nada que ver con eso. Después de estudiar su vida, hemos comprendido que su recorrido por la vida le permitió convertirse en lo que fue. Hijo de un artesano tapicero dueño de un taller, Molière posee un sentido del oficio de escritor que aparece en sus obras. También le separa de la mayoría de autores el hecho de que era actor; no empezó a escribir por amor a la palabra, sino para interpretar. Estudió en un colegio de jesuitas en Clermont, donde obtuvo una sólida formación, y su padre le obligó a estudiar derecho en Orléans. Disponía de una rigurosa base teórica, además de conocer la carencia afectiva como consecuencia de la pérdida de su madre a los diez años. También padecía cierta minusvalía ya que respiraba con dificultad. No tenía una gran fuerza física. Su abuelo le llevaba a ver los titiriteros y los cómicos al Pont Neuf, lo que debió dejarle asombrado a una temprana edad. Todo esto le permitió convertirse en lo que fue”.
ENCARNAR ALGO MÁS QUE PAPELES
Laurent Tirad explica: “A partir de estos conocimientos y de los datos que habíamos reunido, empezamos a construir la película escogiendo a los personajes que más nos decían. No quedó más remedio que eliminar a muchos, un proceso a menudo doloroso. Por ejemplo, Celimena es una mezcla entre la Celimena de El misántropo, la Filaminta de Las mujeres sabias, y está rodeada de Las preciosas ridículas. Incluso Jourdain está construido a base de varios personajes. También hemos atribuido rasgos de otros personajes al mismo Molière”. Grégoire Vigneron dice: “Estábamos tan impregnados de las obras que habíamos leído una y otra vez que la composición de los personajes vino sola. La unión entre lo que era de Molière y lo que era nuestro nació sin dificultad”.
Laurent Tirard sigue diciendo: “Nunca escribimos un papel para un cómico en particular, en parte por superstición. Tener a un actor en mente permite una mejor visualización del personaje, pero si no acepta el papel, olvidar su voz y su rostro es terrible. En esta película, todos los actores son muy diferentes entre sí, todos tienen fuertes personalidades y ninguno funciona del mismo modo. Realmente, se trata de papeles yuxtapuestos”.
Y añade: “Dado el concepto de la historia, el personaje de Molière es a menudo un espectador frente a Jourdain. Conoce a sus personajes y es uno de ellos, Tartufo, lo que le permite actuar también como motor. Un actor sin presencia habría desaparecido. Esperaba encontrar en Romain Duris la presencia, el soplo que diese vida a Molière más allá de las ideas preconcebidas. Y nos ha dado mucho más de lo que esperaba. Romain aporta una intensidad y una presencia primordiales para el personaje. Me sorprendió y creo que se sorprendió a sí mismo con su talento cómico. Algunas escenas requerían una auténtica vena cómica. Por ejemplo, cuando ridiculiza a los ujieres, cuando imita a todos los personajes de la casa para Elmira, o cuando interpreta trozos de obras de Molière. Romain nunca había trabajado en el teatro, clásico o moderno. El tercer día de rodaje había que interpretar Los enredos de Scapin y Romain se lanzó, dejándonos asombrados a todos. Lo había entendido perfectamente, daba el tono justo, se sentía cómodo y se divertía. Me impresionaron su enorme capacidad de trabajo y su profesionalidad. Creo que ha encarnado a un joven lleno de vida y de sentimientos, de ideas y de dudas, que aporta al personaje un carisma viril y un notable espíritu moderno”.
Hablando del personaje de Jourdain, dice: “Muchos se preguntarán por qué di el papel de Jourdain a Fabrice Luchini. Simplemente porque creo que su locura, sus rápidos cambios de humor en una misma escena eran necesarios. Conozco a pocos actores con un registro tan grande. Si hay en Francia un especialista del idioma francés, del texto y de Molière, es él. Y un joven realizador que tiene una película en su haber le anuncia que va a hacer una película sobre Molière. En otras palabras, entraba en su coto de caza. Le ofrecí el papel del Sr. Jourdain y le costó mucho deshacerse de la imagen que todos tienen de él, la de tontorrón, ridículo e inculto, lo opuesto de Fabrice. La primera vez, incluso me preguntó si lo había hecho a propósito para humillarle, lo que me pareció muy gracioso. Me costó convencerle de que, en mi opinión, Jourdain era un personaje mucho más complejo y que hacía falta un actor de su talla para hacer desaparecer todas las ideas preconcebidas que implicaba el personaje. De hecho, aunque se llame Jourdain, es el compendio de varios personajes burgueses de Molière: Orgón de Tartufo, Chrysale de Las mujeres sabias. Al principio puede inspirar desprecio, pero pronto nos damos cuenta de que es mucho más sutil e incluso conmovedor. Su deseo de ascender socialmente le empuja a querer seducir a Celimena, que encarna la nobleza. Es inteligente, pero también se le engaña con facilidad. Fabrice puede tener un lado totalmente ingenuo sin que parezca falso. Ningún otro actor es tan complejo”.
En cuanto a Elmira, dice: “Es curioso, pero para encarnar a Elmira no conseguí encontrar en Francia esa mezcla de encanto, madurez, genio y ternura requerida por el papel. A través del personaje tenemos una visión de los hombres: niños grandes que nunca maduran, y de las mujeres, sabías, lúcidas y llenas de amor. ¿Por qué se casó con Jourdain? Probablemente no tuvo elección. Pero dentro de la existencia impuesta que lleva, ama a sus hijos y es amiga de su marido. Lo primero que me sorprendió de Laura Morante fue la intensidad de su mirada llena de fuerza y melancolía. Pero cuando sonríe, todo su rostro se ilumina. Tiene una elegancia natural y su acento daba un toque misterioso al personaje. Laura habla muy bien francés, pero su acento planteaba ciertos problemas de entonación y de ritmo. No tardé en entender que el peor problema era la preocupación que le causaba el texto. Había leído todas las obras de Molière y temía traicionar al dramaturgo. Me costó convencerla de que olvidara el texto, se relajara y disfrutara interpretando. Necesitaba hablar del personaje y que la tranquilizáramos, pero era la que más cosas proponía. La carcajada durante la cena, después de haber calado al personaje de Tartufo, no estaba prevista y proporciona algo fantástico a la escena. Es una Elmira lúcida, cariñosa, seductora, conmovedora hasta el último momento. Laura encarna el ideal romántico y la revelación de Molière.
Hablando de Dorante, el realizador dice: “Dorante debía tener mucho talento para engañar a Jourdain. Edouard Baer trabajó en mi primera película y nos conocemos bien. Estaba convencido de que el papel le permitiría ir más lejos de su registro habitual. Optó por atribuir un lado serio al personaje, eso me sorprendió. Lo lleva hasta una especie de perfidia, lo convierte en un manipulador. Como en Molière, no tiene redención. Dorante llega hasta el fin de su lógica, pero no es más que un patético malvado. Tiene una gran importancia porque es uno de los motores del relato. El registro de Edouard es más amplio de lo que muchos creen, y cuanto más conocido sea, más sorprenderá. De momento, su enorme talento está en el segundo grado de la ironía. En esta película se inclina por una negrura inédita. Tengo ganas de ver qué haremos juntos la próxima vez.
Para terminar con los personajes, Laurent Tirard dice: “para encarnar a Celimena, no tuve ninguna duda. Sabía que Ludivine Sagnier era la mejor. Me gusta ese lado chispeante, joven, un poco malcriado. Solo rodó durante cuatro días y no le fue fácil adaptarse. Los demás actores habían tenido tiempo para encontrar el ritmo, pero ella tuvo que fiarse de mí. Fue a la vez difícil y mágico. Edouard y ella se conocían y su complicidad la ayudó. Fue un enorme placer trabajar con ella. Es perfecta, y encarna a una Celimena divertida, sexy, un poco malvada, exactamente como la imaginé. Además, demostró dominar el texto perfectamente”.