Un diálogo con Louise Bourgoin
Para interpretar el personaje de Barbara, necesitaba a una actriz dispuesta a que la desnudara, tanto en el sentido real como en el figurado. Cuando hablé con Louise Bourgoin, le dije: “Tendremos que fiarnos el uno del otro”. Y añadí: “La confianza es el cemento invisible que lleva un equipo a la victoria”. Esto último no es mío, sino de Bud Wilkinson, una leyenda del fútbol americano. Pero Louise me dijo que se fiaría de mí y eso me bastó.
Rémi Bezançon: Louise, ¿qué pensaste cuando leíste el guión?
Louise Bourgoin: Pensé que era un proyecto que no podía dejar pasar. Es un gran papel, de los que hay pocos en el cine. Barbara no es un personaje estático: evoluciona, se transforma, pasa por una auténtica metamorfosis. Al ser madre, la intelectual “lunar” se ve obligada a ver la vida de otro modo; pasa de la metafísica a la materialidad; se hace más pragmática, más responsable. La maternidad la saca de una zona cómoda y de los conceptos filosóficos para enfrentarla a la verdad cruda y dura de la vida. De paso, toma conciencia de su propia mortalidad. Como actriz, era un reto que no podía rechazar.
RB: El hecho de que aún no tuvieras hijos era un plus para mí. Al escribir el guión, utilicé la experiencia de Éliette Abécassis, y lo que cuenta en la novela era bastante rico para nutrir la historia. No me parecía necesario otro testimonio. Barbara es primeriza, carece de experiencia como madre. Todo lo que le ocurre es nuevo. Era necesario que pudieras interpretarlo así, mostrar el miedo a lo desconocido.
LB: Efectivamente, nunca he estado embarazada. Tenía muchas ganas de hacer el papel, pero también me daba mucho miedo. Y no dejé de tener miedo durante todo el rodaje.
RB: El miedo puede servir de motor, y era interesante utilizarlo para el personaje.
LB: Tenía muchas dudas por mi falta de experiencia. Cada vez que me encontraba con una embarazada, la hostigaba a base de preguntas. Creo que casi vuelvo loca a Sandrine (la maquilladora, embarazada de siete meses durante el rodaje). Pero las prótesis me ayudaron mucho. Cuanto más diferente soy de mi aspecto habitual, más fácil es meterme en la piel del personaje. Además, el tiempo requerido para colocarme la tripa y los pechos falsos me servía para concentrarme en el personaje. Madrugaba mucho. El equipo de maquillaje tardaba cinco horas en colocarme las prótesis y pintarlas con espray. No podía sentarme por miedo a arrugar el látex, por lo que empezaba a rodar bastante cansada y un poco colocada por los efectos de los disolventes de la pintura de efectos especiales. Me venía muy bien para interpretar a una mujer embarazada, agotada por los cambios hormonales y el peso de la tripa.
RB: También me dijiste que habías tenido muy poco contacto con recién nacidos. Me pareció una ventaja porque era importante que el mundo de los bebés fuera un descubrimiento para Barbara.
Adaptarse a los bebés
LB: Estaba tan perdida como mi personaje. Al principio creí que no lo conseguiría. Era muy difícil interpretar con un bebé en brazos que me daba en la cara con la mano o no paraba de hacer ruido. Pero poco a poco nos hemos domesticado mutuamente. Me quedaba con los bebés entre las escenas, jugaba con ellos para que se acostumbraran a mi presencia.
RB: Había que adaptarse a los bebés, tenían prioridad. Me hacía gracia ver a un equipo de cincuenta personas siguiendo un plan de trabajo adaptado a las siestas y a los biberones.
LB: Hubo momentos mágicos, como las escenas donde doy el pecho, cuando sentía al bebé mamar. No tuve que interpretar, estaba realmente emocionada.
RB: Al escribir el guión, no nos dimos cuenta del significado de estas palabras: “Barbara da el pecho”. No sabía lo que implicaban, sobre todo porque quería algo muy realista, tanto en las escenas donde amamanta como durante el alumbramiento. El equipo de efectos especiales hizo auténticos milagros.
LB: Un parto en una película siempre es arriesgado. Además, era “la escena”. Si fallaba, toda la película se caía porque ya no sería creíble.
La exigencia del realismo
RB: Éramos conscientes de lo que nos jugábamos, y nos habíamos preparado antes del rodaje. El director de fotografía y yo rodamos partos auténticos con el permiso de los padres. Queríamos impregnarnos de realismo, sentir la emoción, decidir los encuadres de antemano. Es impresionante y nos ayudó mucho cuando rodamos el parto de la película.
LB: Fui a clases de preparto con mujeres embarazadas para aprender a respirar. También estuve con una comadrona en una clínica de París que me dejó asistir a unos diez partos. Desde luego, impresiona. La sangre, la placenta, las secreciones. Vivimos en una sociedad bastante aséptica, no estamos acostumbrados a ver algo así. Sin embargo, es lo más natural del mundo.
RB: ¿Te ayudó que hubiera una comadrona en el plató y que el papel del ginecólogo lo interpretara un ginecólogo auténtico?
LB: Sí, sus consejos, sus miradas, sus gestos me tranquilizaban. Para mí era importante saber cómo se grita, cómo se respira, cómo duele. El rodaje del parto duró dos días. Fueron dos días muy intensos, tumbada en la mesa, con los pies en los estribos, atada a las prótesis, al micro, a un gotero falso, con los focos en la cara, en la atmósfera de un estudio, con todo el mundo alrededor. Tenía calor, me ahogaba, y después de soplar durante horas, empecé a hiperventilar y acabé desmayándome.
Alumbrar a una emoción
RB: Mantuve el plano en la película. Estás muy pálida y dices: “Voy a desmayarme…” Y te desmayas. Todos me acusaron de torturador aquel día.
LB: Para nada. Puedes estar muy tranquilo, no se maltrató a los actores durante el rodaje. Eres lo opuesto a un torturador, diriges con mucha dulzura, das muchas indicaciones; nunca me llevabas la contraria, más bien me guiabas hacia otra cosa o me hablabas de algo que me permitía emocionarme. También fue de gran ayuda haber asistido a varios partos. Todas las mujeres, a pesar de la situación, del dolor físico, del equipo médico, mantenían la dignidad. Hice lo mismo que ellas cuando les colocan el bebé encima por primera vez. Aunque estén agotadas, observan al bebé con atención, asegurándose de que todo va bien.
RB: Pero hubo un momento en que lloraste.
LB: Es verdad, cuando me volví hacia Pio y vi que estaba llorando, también me puse a llorar. Me conmovió, me pareció maravilloso.
RB: Habíamos ofrecido a Pio Marmaï que asistiera a algunos partos, pero no quiso, prefería llegar “virgen” al acontecimiento.