Sería muy difícil, por no decir imposible, encontrar a un realizador de cine que con mayor intensidad y más tenaz insistencia haya trabajado a lo largo de los últimos años en lo que podría llamarse las señas de identidad de la “argentinidad” o, dicho de otra manera, la búsqueda de los mitos incontestables de un país como el suyo propio, Argentina.
Y es que, a lo largo del tiempo, Tristán Bauer rastreó archivos sin descanso siguiendo los pasos de un símbolo que acompañó a un presidente para luego alimentar el contenido de “Evita, una tumba sin paz”, indagó en la vida y la obra del más europeo, de hecho nació en Bélgica, de los escritores “argentinos”, para su documental “Cortázar” y buceó en el conocimiento y la vida de otro hombre de letras, éste sí genuinamente bonaerense, llamado Jorge Luis Borges, quién durante casi veinte años veló por la conservación del máximo compendio de saberes de su país, la Biblioteca Nacional de Argentina, y al que Bauer dedicó “Los libros y la noche”.
Ese mismo realizador nos explicó desde su mirada afilada los precedentes del corralito en “Después de la tormenta” y tejió una ficción para recuperar lo que aún quedaba en la memoria colectiva de la guerra de las Malvinas en su título más premiado y reconocido, “Iluminados por el fuego”.
Evita, Cortázar, Borges, una guerra sin héroes y una decepción económica.
En esa Argentina en estado puro faltaba el emblema más carismático, el gran mito, el héroe de todos los soñadores: Che Guevara.
“Che, el argentino”, así lo tituló Soderbergh y así lo encarnó con precisión cómplice un Benicio del Toro extraordinario. Se trataba del mismo personaje que, encarnado en forma de un joven médico subido a una motocicleta en viaje iniciático por Latinoamérica para percibir de cerca y en directo la tragedia de los más pobres, atrajo a Walter Salles y dio vida Gael García Bernal. Y es el querido comandante del que se despidió hasta siempre Carlos Puebla, y el hombre que fue la inspiración de un puñado de canciones, que acabaron siendo himnos, cantadas por chilenos como Víctor Jara y cubanos como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. “Si el poeta eres tú, qué puedo yo cantarte”, que diría éste último.
“Che, un hombre nuevo”, almacena en su interior un intenso trabajo de doce años de búsqueda en archivos públicos y privados, en lugares permitidos y vedados, en recuerdos de quienes le conocieron y de quienes oyeron hablar de él, en un intento de volver a reordenar las piezas que la Historia se ha encargado de juntar tantas veces y de maneras tan distintas, dejando paradójicamente al final más sombras que luces.
Revolviendo en cajones que nunca hasta ahora habían sido abiertos, en archivos de imagen y sonido que jamás habían sido vistos ni oídos, Bauer busca a ese hombre nuevo pero, curiosamente, y a pesar de la profusión de nuevos datos y a la revelación de secretos antiguos de una vida de la que parecía haberse contado casi todo, lo que encuentra el realizador es al poeta.
En consecuencia su “Che, un hombre nuevo” empieza con una poesía, la que Guevara recita a su mujer antes de emprender su último viaje, el que le llevará a Bolivia, donde será asesinado. “Esto es lo único e íntimamente mío, e íntimamente de los dos que puedo dejarte ahora”. Palabras del Che, grabadas para su compañera Aleida March, que habían permanecido en el silencio hasta ahora y en las que el marido y el padre, que está a punto de abandonar Cuba por última vez, se despide de su familia con un poema de César Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé”.
Son “Los heraldos negros” del poeta peruano, los que presagian su destino “Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte”. La voz auténtica de Guevara, la forma de recitar de un poeta que lee a otro poeta, nos llega desde una vieja cinta grabada hace más de cuarenta años y convertida aquí en uno de los descubrimientos más impagables del documental.
Después viene la historia. La infancia de Ernesto Guevara en Alta Gracia, narrada por el propio Bauer quien rescata imágenes en las que el Che es un niño que juega con su padre y se agarra a su madre. Los viajes por Latinoamérica en una bicicleta con motor. Sus estudios de medicina. Su acercamiento a la realidad social. La lucha guerrillera. Su primera compañera, Hilda Gadea, y su primera hija. El apoyo a la revolución cubana y a Fidel Castro. La vida como político. Su segunda compañera, Aleida March, y sus cuatro hijos. Los viajes por todo el mundo. Su salida de Cuba. El fracaso de su lucha en el Congo. El regreso, esta vez de incógnito, a la isla en la que saboreó la victoria y donde siguen su mujer y sus hijos. Y finalmente, Bolivia donde será asesinado con treinta y nueve años.
Los acontecimientos se habían contado muchas veces. En libros, en películas de ficción y en documentales, en canciones, en relatos orales de los abuelos a los padres y de estos a sus hijos. Pero la paciencia y tenacidad de Bauer y su equipo de trabajo aportan un nuevo tesoro: han sacado a la luz nuevos textos, fotos inéditas y fragmentos desconocidos de películas, algunos de cuyos fotogramas se encontraban perdidos entre cientos de metros de celuloide que retrataban otros temas, otras historias, otras vidas.
El hombre nuevo de Bauer se enriquece a partir de todos estos hallazgos, como si de una autobiografía que nunca fue escrita como tal se tratara.
El hilo argumental lo proporciona el propio protagonista a través de las decenas de cuadernillos en los que contó sus viajes, sus pensamientos, sus anécdotas y que ahora han servido a Bauer para tejer su historia. En ellos el protagonista enumera los libros que ha leído, los sucesos que ha escuchado o que ha vivido y los lugares que ha conocido. Y mientras tanto, la cámara del realizador sigue los renglones caligrafiados tratando de rastrear la esencia del Che en esa proximidad entre el objetivo y el papel.
La voz de Rafael Guevara lee los textos que su tio escribió en medio de batallas en la selva, en la política o consigo mismo, y la entrañable transparencia a la que cantó Puebla se hace un poco más nítida.
Artyco