Entrevista con
Christian Vincent (director)
LA COCINERA DEL PRESIDENTE (Les saveurs du palais) sigue los pasos de Hortense, una cocinera a la que conocemos en una base pérdida en la Antártida donde está a punto de terminar una larga misión. Solo después descubrimos que fue la cocinera personal del presidente Mitterrand durante dos años. Es una historia singular como pocas.
Cuando Etienne Comar me habló de la mujer que fue cocinera del presidente, supe que teníamos una historia increíblemente original. Me gustaba la idea de entrar en el Elíseo por los sótanos y poder mostrar las bambalinas. Luego descubrí que esa misma mujer se había presentado para ir a cocinar a una base perdida en la Antártida. Eran dos recorridos novelescos que ofrecían la posibilidad de una construcción apasionante; podía mostrar un personaje ante dos universos totalmente opuestos.
La película es un elogio a la cocina. Usted mismo tiene la reputación de ser muy buen cocinero.
Siempre me ha gustado cocinar, me tranquiliza. Y me gusta la compañía de los cocineros, verles trabajar. La cocina requiere mucha precisión, técnica y mucha generosidad. A veces pienso que mi oficio se parece al suyo. El cocinero que construye un menú probablemente se plantee las mismas preguntas que me planteo. Como yo, trabaja con materias vivas. Juega con los colores, las formas, las consistencias. Mezcla lo crujiente con lo blando, lo frío con lo caliente, lo crudo con lo cocido. Intenta tranquilizar y sorprender a la vez. Se apoya en la tradición al tiempo que busca innovar.
¿El personaje de Hortense es usted?
Claro. Compartimos las mismas inquietudes. No está satisfecha consigo misma. Le cuesta aceptar los cumplidos aunque se dedica a hacer disfrutar a los demás. Y, como a mí, a veces le gustaría preguntar: “Entonces, ¿os ha gustado?” Pero no lo hace nunca.
Danièle Delpeuch es la única mujer que ha cocinado en el Elíseo.
Sí, que yo sepa, y no puede decirse que le dieran una calurosa bienvenida.
¿Por qué?
Porque no formaba parte del mundillo y porque era mujer. No se vestía como los grandes cocineros de la época, siempre iba de negro. En los años 80 quedaba francamente mal. Además, les debió extrañar que el presidente, de pronto, quisiera que una mujer cocinara en el Elíseo. Es una mujer muy especial, una pionera, una aventurera.
¿Cómo reaccionó Danièle Delpeuch ante la película?
Muy bien. Sabía que Etienne y yo nos habíamos alejado de su historia. Hortense se le parece, pero no es ella. Aparte de unas cuantas escenas inspiradas en el libro, todo es una invención. En ningún momento intentamos hacer un trabajo de reconstrucción de “los años Mitterrand”, no era lo que nos interesaba. De hecho, la acción transcurre en una época indeterminada que puede situarse entre la llegada del móvil, el GPS y la cocina molecular.
Catherine Frot está genial en el papel de Hortense.
Enseguida pensé en ella para el papel. Tenía la edad y ese lado rural que hacían de ella la actriz ideal. Puede ir a un mercado de Brive, y funciona. Se instala en una cocina, y es creíble. A pesar de que no cocina, realiza los gestos de un profesional.
Sin embargo, cuando cocina, sus gestos parecen tan precisos como los de un cirujano.
Pero eso es el cine. Yo como realizador y ella como actriz debíamos hacer creer que se había pasado la vida en la cocina. Catherine tenía que ocupar el espacio, con eso bastaba. En realidad, se la ve ejecutar muy pocos gestos técnicos. Saltea unos berberechos en un wok, pela una zanahoria, prepara un repollo relleno, y poco más.
Al lado de Catherine Frot, una auténtica sorpresa, el escritor Jean d’Ormesson en el papel de presidente.
Jean llegó en el último momento, no estaba previsto. Tres días antes de que empezara el rodaje, el agente del actor que habíamos escogido llamó diciendo que no podía hacer la película. Esas cosas pasan. Reunión de urgencia, no tenemos actor. Muchos actores han interpretado al presidente de la República, pero eso trivializa el papel. Aunque el presidente aparezca muy poco, para que las escenas con Catherine tuvieran peso, era necesario sorprender. Decidimos buscar a un intelectual, a un abogado. Alguien mencionó a Jean d’Ormesson. Estuvimos todos de acuerdo. Etienne Comar se encargó de ponerse en contacto con él. El proyecto le divirtió, siempre había soñado con ser actor y aceptó el papel.
¿Ensayó con Jean d’Ormesson?
Claro, él estaba empeñado en los ensayos. Es más, me dijo que si no lo hacía bien, se retiraba.
¿Y?
El primer ensayo fue catastrófico. Se sentía intimidado por la maquinaria del plató y por Catherine. Poco a poco fue mejorando. Al final de los ensayos, le dije: “Queda contratado”.
A pesar de haber rodado pocas escenas en el Elíseo, la película da la sensación de que todo transcurre en la calle Faubourg Saint-Honoré, 55.
Por suerte, nos concedieron un permiso muy excepcional para rodar unos días en el Elíseo mientras Sarkozy asistía a la reunión del G20 en Cannes. Cuando Hortense llega por primera vez al Elíseo, es el patio auténtico. La escena siguiente se rodó en el Ministerio de Trabajo, pero la escalera es la del palacio presidencial. Me pareció importante filmar lo que todos conocemos, el patio, el gran salón.
Háblenos del decorado de la Antártida.
Era imposible desplazarnos hasta allí. Para empezar, habríamos tardado quince días en llegar. Buscamos paisajes equivalentes en el hemisferio norte y acabamos por llevar las cámaras a Islandia. Hay paisajes increíbles, es una tierra virgen, ni un avión en el cielo, ni un solo poste eléctrico, nadie. Dos tercios de la población vive en Reykiavik. Pero las condiciones son muy duras, el tiempo cambia constantemente. Soportamos varias tormentas y hubo días en que casi no pudimos rodar.