Emanuele Crialese nació en Roma, en una familia de origen siciliano, en 1965. Actualmente vive en Roma. Se trasladó a Estados Unidos en 1991 para estudiar realización en la Universidad de Nueva York, donde se graduó en 1995. Después de dirigir varios cortos, rodó su primer largo en 1997,
Once We Were Strangers, seleccionado por el Festival de Sundance. En 1999 colaboró con el productor Bob Chartoff en la escritura de un tratamiento acerca de la isla Ellis. En 2002 ganó en la Semana de la Crítica de Cannes el Gran Premio de la Crítica y el Premio del Público por
Respiro, se vendió a más de 30 países y se convirtió en un éxito de taquilla en Italia. La película transcurre en la agreste y soleada isla de Lampedusa y está protagonizada por Valeria Golino, cuya interpretación fue muy aclamada, y Vicenzo Amato, el actor fetiche del realizador.
Entrevista con Emanuele Crialese
¿Cómo nació la idea de este proyecto, el deseo de hablar de su relación con la historia?
Creo que
Nuevo Mundo nació a partir de mi propia experiencia como emigrante a Estados Unidos. Hace 16 años me fui a vivir a Nueva York. Dejé mi país para hacer otras cosas. Cambié. Mi identidad se vio un poco trastornada. Ya no estaba en Italia, no tenía raíces allí, por eso debí reinventarme, cambiar algo de forma radical en mi vida, marcharme hacia un sueño, una esperanza. Decidí contar esta esperanza, este sueño.
Habla de sueño y de identidad.
Creo que la identidad es la fuerza de la persona. En la película, los protagonistas comprenden que son italianos en el momento en que dejan su país. Damos por sentado que somos italianos cuando vivimos en nuestro país, pero creo que solo empezamos a sentirnos italianos cuando nos alejamos de nuestra patria. No fui consciente de mi cultura hasta que conviví con otra cultura. La diferencia hace la identidad, nunca el conformismo, lo que me parece un fenómeno mágico. Quería mostrarlo en la película: un personaje sube a bordo de un barco y se presenta a los demás pasajeros, también italianos, pensando que son extranjeros, y pregunta: «¿Cómo vamos a dormir con todos estos extranjeros?» Otro le contesta: «¿Qué extranjeros? Todos somos italianos». Entonces descubre que todos son italianos. Los campesinos de aquella época vivían en una realidad muy aislada.
El personaje de Lucy, interpretado por Charlotte Gainsbourg, es muy misterioso. No se sabe de dónde viene ni por qué está en Sicilia. ¿Actúa como un espejo?
En vez de Lucy, el protagonista la llama «Luce», es decir, luz. Simbólicamente representa a la mujer del Nuevo Mundo, la esperanza, la luz.
Escogí a Charlotte porque me gusta mucho su forma minimalista de abordar los personajes y porque es muy reservada; me hacía falta una actriz distante para acercarme más y para que me rechazara.
En mi opinión, la mujer en el cine siempre debe ser misteriosa, no debe revelar sus secretos, debe tener un aspecto “giacometiano”, como las estatuas de Giacometti, altas, blancas. Cuando se la ve al lado de los otros personajes de andares pesados, vestidos con ropas oscuras, parece una sonámbula etérea, aérea. Fue una gran inspiración. Necesitaba su extrañeza.
¿Qué significa el río de leche? En Tarkovsky, en Fellini encontramos el símbolo del personaje que nutre, pero para usted, ¿qué sentido tiene?
No pensé en una representación de la madre, pero puede que lo sea. Mi primera interpretación sería la visión bíblica de la tierra prometida. Pero también es el vacío, la nada, un universo que se debe reinventar desde cero. La leche es una situación psicológica, es muy abierta, muy blanca, como la pureza de un sueño. Mis personajes son soñadores puros, no están contaminados. Sueñan con alimentos, no con dinero, a pesar de que Salvatore, al principio de la película, tiene la visión de un árbol del que caen monedas de oro porque ha visto una postal donde unos campesinos recogen monedas como si fueran frutos.
En la película hay planos de masas impresionantes cuando las familias se van de Sicilia, cuando el barco se aleja del puerto. ¿Cómo rodó estos planos? ¿Tenía ganas de representar esta emigración masiva?
Los planos del barco de los que todos me hablan ahora me vinieron a la cabeza enseguida para describir el desgarro de un pueblo, de una tierra. Los que se quedan y los que se van. Quería presentar el movimiento progresivo que lleva al abandono total, con el agua como filtro. No sé de dónde me viene esta imagen, pero sí nació de mis ganas de rodar a una muchedumbre.
Me gusta rodar a la gente junta, para mí representa el concepto del ser humano de antes, del que me siento cerca, cuando no se podía sobrevivir sin la ayuda de los demás. Las personas estaban más cerca las unas de las otras entonces.
Hoy en día, el ser humano está cada vez más aislado; cree poder hacerlo todo solo y se siente mal. Cuando ruedo a la gente, quiera rodarla junta, en movimiento. Creo profundamente que si tú no estás aquí, no existo. ¿Quién dice que estoy aquí si tú no me miras? Siempre tengo ganas de cuidar de otros, incluso cuando trabajo.
Necesito ver sonreír a los demás para sentirme feliz.
Comentarios del director
Nuevo Mundo es la historia de un viaje que cambia a los seres humanos con destino a la tierra prometida, un lugar al otro lado del océano donde las personas de buena voluntad podrán tener una vida mejor.
Es el principio del siglo XX. Hace poco que la esclavitud ha sido abolida en Estados Unidos y se necesita sangre joven y mucho espíritu para trabajar las grandes extensiones de tierra. El gobierno italiano ve con buenos ojos que se vayan esos hombres que empiezan a reclamar sus propiedades, que ya no soportan el hambre en silencio y que están dispuestos a todo para salir de la pobreza. El Estado italiano y la Iglesia Católica les animan a irse. Nacen las primeras compañías marítimas de viajeros. Los billetes se venden en las comisarías, donde se obtiene un pasaporte a cambio de dinero. Buenos ingresos para el Estado, una misión a la altura de la Iglesia y el principio de un sueño para los millones de jóvenes que se marchan; en los pueblos solo se quedan los ancianos y las mujeres.
Las primeras imágenes de esta tierra nueva llegan a las zonas rurales: supuestas imágenes reales, las primeras fotos trucadas, los primeros fotomontajes de hombres diminutos al lado de hortalizas gigantescas. Es la avanzadilla de la propaganda que sale de Estados Unidos para animar a los campesinos a dejar sus áridas tierras y trasladarse a la tierra de la abundancia donde les espera un botín seguro.
Dejé de lado los libros de historia y me concentré en estudiar las «parole di carta», las cartas dictadas por millones de italianos a otros que sabían leer y escribir. Decidí reconstruir una memoria que además de contener experiencias de primera mano, sería selectiva y estaría llena de elementos hasta ahora suprimidos más o menos conscientemente. No me interesaba hacer un relato histórico o social; quería recuperar el elemento personal, el hombre que abandona su país y que sufre una metamorfosis durante el viaje, que pasa de ser un hombre de antes a un hombre moderno.
El hombre que se va se lleva pocas cosas materiales, pero le acompañan sus muertos. Este hombre tiene un poderoso sentido de la identidad y de la memoria, las historias que se han transmitido de generación en generación. Los pocos kilómetros cuadrados en los que ha vivido, de los que nunca ha salido, están poblados por presencias invisibles. Sus animales le dan calor de noche y le hacen compañía durante el día. Este hombre conoce y respeta la naturaleza y sus humores; sabe que su supervivencia depende de ella. Es parte de lo que le rodea; conoce cada piedra, reconoce cada olor, nota cada cambio por muy pequeño que sea.
Cuando se va, este hombre decide dejar atrás todo lo que conoce, el lugar donde ha nacido, sus recuerdos. Citaré una descripción que me parece maravillosa y que encontré en una carta escrita por uno de esos hombres durante la larga y espectacular travesía: «Todos somos almas huyendo» hacia un paraíso que alcanzaremos si el destino así lo decide, «pero morimos con cada ola».
La primera parada es la isla Ellis, la isla de la cuarentena, o «isla de las lágrimas» como la llamaban nuestros protagonistas. Allí los emigrantes se enfrentaban por primera vez a los ciudadanos del nuevo mundo. Y allí empieza esta historia. Durante un año estudié los documentos y procedimientos que se aplicaron durante las dos primeras décadas del siglo XX. Descubrí que la isla Ellis no era solo un centro de inspección y albergue temporal para los recién llegados. También era una especie de laboratorio y archivo. Después de pasar cuatro semanas en alta mar en tercera clase, en dormitorios comunes improvisados en la bodega, sin ver la luz del día, en espacios muy reducidos y sin apenas aseos, los emigrantes sicilianos desembarcaban en la isla donde el personal de la Marina estadounidense procedía a examinarlos. Los exámenes médicos eran inmediatos para determinar si padecían alguna enfermedad como tuberculosis, alcoholismo, malfuncionamiento de miembros, ceguera... Cualquier discapacidad que impidiera trabajar al joven emigrante y ganarse la vida eran consideradas como imperfecciones y los que las padecían eran deportados inmediatamente. Los que superaban los exámenes físicos debían someterse a otros de inteligencia y aptitud. Fueron los primeros test de inteligencia realizados a gran escala de los que existe evidencia histórica. Los habitantes del nuevo mundo estaban convencidos de que la falta de inteligencia era hereditaria, como puede serlo el color del pelo o de los ojos, y los emigrantes que no alcanzaban el nivel mínimo debían pasar una segunda batería de exámenes.
Estos análisis y exámenes, a los que debía someterse cualquier emigrante, procediera de donde procediera, fueron registrados. Son los primeros estudios eugenésicos a gran escala que han llegado hasta nosotros. La eugenesia, una disciplina científica cuyo objetivo es la perfección de la raza humana a través del estudio y selección de características mentales y físicas consideradas positivas, así como la eliminación de las negativas, era, sobre todo, un medio «biopolítico» de discriminación y persecución dirigido a una estandarización de la nación y a una purga social. Las leyes de inmigración, de matrimonio y, más aún, la esterilización obligatoria se aplicaron a un amplio abanico de individuos «degenerados», «improductivos» y «anormales».
Mientras leía los documentos referentes a los exámenes mentales de los «aliens» (extranjeros) publicados anualmente a partir de 1913, miraba las fotos de los recién llegados alineados para ser examinados, y me perdía en sus miradas. Sus ojos parecían pedir una explicación mientras luchaban, desorientados, con las formas geométricas que debían caber en un rectángulo de madera, delante de hombres uniformados que apuntaban cuánto tardaban en encontrar la solución, si la había...
El hombre de ayer debía cambiar en un periodo tremendamente corto. Debía demostrar que sería capaz de convertirse en un hombre moderno, que ya no creía en espíritus, fantasmas o en el diablo ni en ninguna de esas cosas que no se ven ni tienen explicación y que, por lo tanto, no existen. El hombre del nuevo mundo es racional, domina la naturaleza, construye edificios de cien plantas, fábricas gigantescas de las que solo se sale para volver a casa por la noche. El deber del hombre del nuevo mundo es usar el progreso para moldear el mundo a su gusto, para producir más de lo que necesita para sobrevivir, para generar riqueza y dinero.
Seguí esas miradas intentando descubrir un significado sin tener miedo a perderlo. No hago juicios morales. No es una película política, histórica o social. He querido contar la historia de unos héroes, hombres del pasado que aún creen en la importancia del misterio y que aún ven cosas que no se ven, lo que no significa que no existen.