En junio de 1982, el ejército israelí invadió el sur del Líbano como represalia por los continuos bombardeos infligidos a las poblaciones del norte de Israel desde aquel país. El gobierno israelí pensaba ocupar una franja de seguridad de 40 kilómetros, impidiendo así que los misiles palestinos alcanzasen Israel. Pero Ariel Sharon, el entonces ministro de Defensa israelí, desarrolló un plan tan imaginativo como fantástico: se trataba de ocupar Líbano hasta el mismo Beirut. Eso permitiría a su aliado cristiano Bashir Gemayel convertirse en presidente del Líbano, así como erradicar la amenaza al norte de Israel y consolidar sus posiciones contra Siria, país fronterizo con Líbano y que Israel siempre ha considerado como su peor enemigo. El gobierno aprobó una penetración de 40 km de profundidad, pero el ejército israelí se lanzó hacia Beirut.
A la semana habían tomado Líbano y estaban a las afueras de Beirut. Pero entonces surgieron varias preguntas: ¿Qué hace el ejército en una capital extranjera, lejos de su casa? ¿Por qué mueren soldados israelíes a diario en acciones bélicas que poco tienen que ver con la protección de la frontera norte de Israel? El paralelismo con la guerra de Vietnam era inevitable.
En agosto, a los dos meses de estallar la guerra y con el ejército israelí todavía a las puertas de Beirut esperando la orden de entrar en la ciudad, se firmó un tratado con los palestinos por el que todos los combatientes palestinos serían evacuados por barco a Túnez. A cambio, Israel retiraría sus tropas. Esa misma semana, Bashir Gemayel, comandante en jefe de la milicia cristiana falangista, fue elegido presidente del Líbano. Además de ser un hombre joven, elegante, apuesto, con mucho carisma, era muy admirado por las milicias cristianas y sus familias. También era apreciado por los líderes israelíes. El nombramiento de Gemayel debía asegurar una relativa tranquilidad en la tensa frontera entre los dos países.
Pero Bashir Gemayel fue asesinado mientras daba un discurso en la sede falangista de Beirut Este. Nadie reivindicó el atentado, pero se cree que fue obra de facciones sirias y palestinas.
Esa misma tarde, las tropas israelíes penetraron en una zona de Beirut Oeste, poblada mayormente por refugiados palestinos, y rodearon los campos de Sabra y Chatila. Al atardecer, un gran número de tropas falangistas, empujadas por el deseo de vengar la muerte de su amado líder, empezaron a llegar a la zona. Cuando cayó la noche, las tropas falangistas entraron en los campos de Sabra y Chatila, ayudadas por los soldados del ejército israelí. Supuestamente iban a limpiar los campos de combatientes. Sin embargo, apenas quedaban combatientes, ya que habían sido evacuados a Túnez dos semanas antes. Durante dos días seguidos se oyeron los tiros desde los puestos israelíes. Al tercer día, el 16 de septiembre, las mujeres palestinas consiguieron salir y se precipitaron hacia los soldados israelíes que les cerraban el paso. Hacía tres días que los falangistas masacraban a los habitantes de los campos. Mataron sin piedad a hombres, mujeres y niños. Se ha hablado de 3.000 víctimas aunque, hasta la fecha, se desconoce el número exacto.
Las protestas espontáneas de cientos de miles de israelíes obligaron al gobierno a crear un comité de investigación y a estudiar la responsabilidad de las autoridades políticas y militares. El comité culpó al ministro de Defensa, Ariel Sharon, por no haber parado el horror cuando se le puso al corriente de la masacre. Fue obligado a dimitir y se le prohibió volver a ocupar el cargo de ministro de Defensa. Sin embargo, fue elegido primer ministro veinte años después.