En la novela Congreso de futurología, el autor de ciencia-ficción Stanislaw Lem anticipa una dictadura mundial química dirigida por la gran industria farmacéutica. Escrito a finales de los años sesenta, el libro describe cómo esta se hace con el control de todas nuestras emociones, desde el amor y los anhelos hasta los celos y el miedo más abyecto. Stanislaw Lem, considerado el mayor profeta y filósofo de la ciencia-ficción (con Philip K. Dick), no conocía el alcance de su visión al predecir el comienzo del tercer milenio.
La adaptación cinematográfica de la novela hace uso de las tecnologías actuales 3D y de captura de movimiento que amenazan con erradicar el cine con el que crecimos. En la era pos-AVATAR, todos los realizadores deben preguntarse si los actores de carne y hueso que han ocupado nuestra imaginación desde la infancia llegarán a ser sustituidos por imágenes 3D generadas por ordenador. ¿Pueden esos personajes computerizados crear el mismo entusiasmo? Pero ¿importa realmente? La película El congreso lleva las imágenes 3D un paso más allá, convirtiéndolas en una fórmula química que cualquiera puede ingerir en forma de pastilla para permitirle compilar en su mentes las películas que siempre ha querido ver, escenificando sus fantasías con los actores que más le gustan. En este mundo, las adoradas criaturas del escenario y de la pantalla se convierten en reliquias fútiles que no interesan a nadie. ¿Adónde van esos actores después de haber vendido su alma al diabólico estudio?
El congreso incluye secuencias de acción real casi documentales mientras sigue a la actriz Robin Wright, que acepta ser escaneada y vende su identidad al estudio; a continuación entra en un mundo animado donde se describen sus tribulaciones después de haber vendido su imagen, hasta el momento en que el estudio la convierte en una fórmula química.
La transición que realiza la mente humana mediante drogas psicoquímicas hacia una falsa realidad solo puede describirse mezclando la animación – con la maravillosa libertad que confiere a la interpretación cinematográfica – y la acción real casi documental. El congreso es, ante todo, una fantasía futurista, pero también es un grito de socorro y de nostalgia por el cine que todos conocemos y amamos.