Guillaume Canet (Yann)
¿Qué le impresionó más cuando leyó el guión, la historia o el personaje?
Todo, Cédric Kahn me había hablado de la historia antes de que leyera el guión. Me pareció una historia muy actual, anclada en la realidad que vivimos. Es un tema sumamente interesante, ya que mucha gente en Francia convive a diario con la pobreza, dado el número de personas en situación precaria. Es alarmante. Luego descubrí el guión en sí, una historia muy fuerte con un engranaje fatal que atrapa a la pareja, pero deja lugar a la esperanza, a la fuerza interior. Me gustó mi personaje por su pasión, su energía capaz de derribar montañas.
¿Encarnar este personaje le supuso un reto como actor? ¿Qué le atrajo en él?
Varias cosas. En primer lugar, tenía ganas de trabajar con Cédric Kahn porque me gusta mucho el cine que hace. Cuando leí el guión, descubrí un personaje magnífico, apasionante a la hora de interpretarlo, lleno de matices, pero que sobre todo tenía un fallo, algo que me interesa cada vez más en los personajes a los que doy vida. Últimamente, quiero tener nuevas experiencias, hacer personajes diferentes. Es lo que realmente me motiva. A todo esto se añadía la complejidad de trabajar con un niño.
Su personaje no tiene pasado.
Durante una conversación se entiende que fue un niño abandonado y que no tuvo familia. Lo dice rápidamente, sin más. En las primeras escenas había otro momento donde le explicaba al personaje de Leïla Bekhti que había sido recogido por los servicios sociales. Sin embargo, le dije a Cédric Kahn que me parecía una pena decir algo así cuando apenas se conoce al personaje. Me parece más conmovedor descubrir cosas inesperadas de alguien a quien se cree conocer. En la película nos enteramos por casualidad, durante una conversación con la consejera financiera, de que no tiene familia que pueda ayudarle.
Su personaje parece caer en la ilegalidad hacia el final y, al hacerlo, renuncia al restaurante, como si tuviera que deshacerse de su fijación para reencontrarse con la mujer amada.
El restaurante simboliza la necesidad de anclaje, de atadura. Es una estructura, una realidad tangible, suya. Probablemente, si hubiera tenido el restaurante tal como deseaba, su relación con el niño habría sido diferente. Es la historia de un aprendizaje de vida y hay muchas posibilidades abiertas cuando acaba la película. Puede volver a abrir un restaurante en Canadá, todo es posible otra vez.
Las escenas en Saint-Denis están rodadas es una auténtica casa de okupas. ¿Cómo fue rodar allí?
Trabajamos en sitios que ni sabía que existían. Rodé en el Bronx con Jerry Schatzberg (El cielo del Bronx, 2001); creía que esas cosas solo se veían allí. Pero me di cuenta de que había sitios que no pueden describirse como precarios, donde la gente vive en condiciones terribles y que están a diez minutos del centro de París. El hecho de sumirme en ese universo, con las personas que viven allí y que nos acogieron tan bien, fue muy enriquecedor para el papel. No solo me metí en la piel del personaje, también me dejé llevar por el entorno.
Se suele decir que no es fácil trabajar con un niño, ¿está de acuerdo?
Es difícil, pero lo fue especialmente con ese niño. Cédric Kahn le escogió e hizo bien, ya que el resultado es convincente y Slimane Khettabi está genial a pesar de que es imposible dirigirle como actor. En La nouvelle guerre des boutons (Christophe Barratier, 2011) trabajé con varios niños que no tenían apenas experiencia, pero que eran mucho más disciplinados que Slimane. En estas condiciones, el rodaje fue muy duro para mí, aunque no discuto la decisión de Cédric Kahn, ya que demostró ser la buena. Pero no quería dirigir al niño, lo que implicaba una improvisación constante para que hiciera lo que deseábamos. Debía interpretar mi papel y conseguir que el niño hiciera el suyo sin darle indicaciones, llevándole en la buena dirección para que expresara lo que debía. Era un niño a menudo indisciplinado y se necesitaba mucha paciencia. Pero también hubo momentos increíbles, como la escena de pesca en el mar. Fue extraordinario, muy lúdico. Slimane tenía realmente miedo de los peces. Ese niño alcanza momentos conmovedores, auténticos fulgores, momentos de gran concentración.
¿Qué recuerdo tiene del rodaje y de la película en sí?
Fue un rodaje difícil por el hecho de trabajar en exteriores en invierno, por el frío. También por el trabajo con el niño, que no fue nada fácil. Sin embargo, tengo un magnífico recuerdo del rodaje. Tenía la impresión de que hacíamos una película muy bella, y más tarde vi que no estaba equivocado. Cédric Kahn es un auténtico cineasta. No solo tiene un control absoluto de la historia, también un punto de vista muy particular de lo que cuenta, y eso hace que sea más que un realizador.