«LEGBA. De todos los dioses del panteón vudú, mi preferido siempre ha sidoLegba. Se pasea por todos mis libros y lo natural es que aparezca en esta película. Estáen la frontera entre el mundo visible e invisible; es el que nos permite pasar de un mundoa otro. Todas las ceremonias vudú empiezan con este canto: «Legba l’ouvri barryè-a poumwen» (Legba, ábreme la barrera). Cuando Laurent Cantet me dijo que había encontradoa un actor en las calles de Puerto Príncipe, pensé inmediatamente - aunque no soysupersticioso - que era el mismo Legba. No hace falta decir que un dios no tiene edad.Legba no es más joven que el mar. Recuerdo cuando el ejército americano desembarcóen Haití hará unos diez años. Un general se quejó de tener más problemas con los diosesque con los hombres. Los dioses pasean por las calles polvorientas de Puerto Príncipe.Por eso, las personas que visitan Haití siempre tienen la extraña impresión de recibirmucho más de lo que dan.

En el placer y en el dolor. Los dioses, por desgracia, no diferencian los dos estados»


«EL DESEO. Una vez, Erzulie, la diosa del amor, me dijo en sueños que los dioses no hacenel amor, sino que follan. Así lo dije en uno de mis libros. Este aspecto primitivo del amor, que recuerdaa un tipo de pintura haitiana, me impresionó entonces. Por eso, gran parte de mi trabajo como novelistagira alrededor del sexo. Puerto Príncipe es todo sexualidad: una sexualidad ciega que toca a cualquiera,casi indiferente a la edad y a la clase social. Recuerdo que, cuando tenía unos quince años, me crucécon una turista en la calle: olía tan bien, estaba tan limpia, era tan luminosa que no pude más queseguirla todo el día. El deseo de una piel nueva, perfumada y limpia. Ese deseo no está tan alejadodel hambre, como el olor de la carne ahumada para el hambriento. Los sentimientos se confunden conlas sensaciones. Algunas noches de sábado, en los trópicos, empujado por el olor del llang llang (unaceite perfumado), el deseo se hace tan fuerte que casi marea. Pero el deseo también es moneda decambio, sin que la edad y la belleza tengan nada que ver. Los chicos y las chicas usan su cuerpo comosi fuera una tarjeta de crédito para comprar comida, bebidas, perfumes y muchas cosas innecesarias.No conozco a nadie que se sorprenda ante una cosa así. Cada uno intenta vivir mejor con lo que Diosle ha dado. No hay nada peor que el hambre. Y las extranjeras siempre huelen tan bien»

 
 
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